Wednesday, March 08, 2006

La torpe historia del poeta

Había una vez, una curiosa aldea donde habitaban el Verso y la Poesía.
En uno de los atardeceres más hermosos de todos los tiempos, donde los rayos de sol se colaban con preciosa imperfección entre las nubes de cera que dormían sobre el mar, el Verso se encontró con la Poesía, con sus ojos de frente, brillantes y efímeros; y se enamoró.
Y así, todas las mañanas, al cantar el gallo, Verso recitaba fábulas entrecortadas y torpes intentando seducir a la musa de sus sueños, mas su murmullo apenas alcanzaba los oídos de Poesía, que siempre escuchaban una suave melodía eterna...

"- Esclavo de tus ojos, soy, y de tus manos, y de tu cuerpo... Esclavo de tu vientre cuando dices no, esclavo de un futuro que no has de compartir"

Y así, todas las tardes al ponerse el sol, Verso volvía sus ojos a la luna y le pedía con replicas y frases entrecortadas que le entregara a su mujer, aquella que en una suave tarde había descubierto entre los rayos del silencio y la eternidad de sus ojos.

"_Oh, Luna, precioso astro celestial, tráeme a esta mujer que he de concebir como el único alivio que tengo para el deseo de mi cuerpo, invéntala y renómbrala para mis ojos y mis manos, para mi boca que no se acostumbra al sinsabor de su ausencia..."

Sin embargo, a pesar de la constancia de Verso, que se empeñaba en mantener sus ilusiones y en intentar conquistar a su musa celestial, una noche todos los sueños lo arrojaron aún más lejos del amor eterno. Ya se hacía tarde, y al otro lado del cerro Poesía se recostaba en su lecho para dormir, cuando de pronto por entre la cortina de la alcoba, se coló un viento tibio que llevó a sus oídos una canción diferente. Poesía, sobresaltada, abrió sus ojos de par en par y a un lado de su rostro vio una sombra que, de rodillas, la observaba perplejo. Y mientras ella se abrumaba de sorpresa y confusión, el joven sopló en su cuello un silencio conmovedor, y mientras la mujer se reincorporaba de la sorpresa, el misterioso muchacho comenzó a arrancarle las ropas de dormir, repasando con su boca cada rincón de un cuerpo trémulo y virginal.
Hicieron el amor una madrugada de verano, Poesía y el joven muchacho llamado Amor. Con violencia, con desgarro aprendieron de memoria cada pedazo de piel que los cubría, y que más que un gozo, era un límite para compenetrar en un beso aquellas dos almas desgarradas de pasión.
Y mientras tanto, al otro lado del cerro Verso seguía llorándole a la luna que le trajera su amor que ya no podía olvidar...
Cuando se hizo el día, luego de una noche y una madrugada empapada de arrebato y sublime descontrol, de roces evasivos y encuentros candescentes, Poesía cerró sus ojos sonrientes y besó a su amante anochecido. Sin embargo, en ese momento una brisa helada entró por la ventana, y a pesar de los gritos de desgarro y perdición que la joven mujer arrojó por entre los dientes, la sombra misteriosa de aquel amor desapareció con el viento y dejó en ella sólo el tenue recuerdo de una noche compartida.
Ultrajada y enamorada, Poesía cerró sus ojos lloró siete días seguidos. Entonces no hubo lágrima derramada que no fuera recogida por el viento para arrojarse en el mar, ni hubo grito ni queja que desembocara lejos de un pedazo de sol de amanecer, nombrando a su amante, al Amor que como un sueño se había esfumado por la puerta del olvido.

Pronto pasaron los días, las semanas, y las lágrimas acumuladas fueron agotándose, y los recuerdos de otra piel desapareciendo como agujetas de hilo.
Cuando ya el olvido fue mayor que el recuerdo de su Amor, cuando ya los gritos se desvanecieron en ausencia, y los ojos se cansaron de buscar en el límite de lo posible, cuando ya no quedaba más que la incrédula sensación de que aquel encuentro no había sido sólo un sueño, cuando ya Poesía se disponía a emprender un nuevo viaje de búsqueda personal para conocer otras fronteras y otras formas de experiencia eterna, se miró al espejo y se dio cuenta de que ya era demasiado tarde, pues a pesar de que todo de Él había desaparecido en su pensamiento, su cuerpo almacenaba un residuo eterno que latía rítmicamente bajo su estómago.
No sabiendo qué hacer ni qué decir, no sabiendo cómo enfrentar los sinsabores de una vida entera en soledad, se dirigió a Verso, al otro lado del cerro de la aldea, para pedirle con indiferencia que la perdonara, porque ella lo necesitaba. Pero a Verso le bastó con sólo verla otra vez, para volver a sentir todo el amor y deseo que sentía por la mujer; y aunque de inmediato supo que en su vientre habitaba un pasado traicionero, la tomó en sus brazos y le besó la frente con los ojos empapados de plenitud.
Y así, finalmente, Verso y Poesía se casaron y ocho meses después, fruto de los besos tiernos y efímeros entre los esposos, fruto del perdón, del olvido, y del recuerdo eterno de un amor sublime, nació un pequeñito cuyo nombre fue Poeta. A su nacimiento, vino la partida de su madre, quién como si su sacrificio terminara al dar a luz a un hijo cuyo nombre fuera de suyo, partió para siempre en busca de Amor, su verdadero y único amante a quién en una madrugada entregó su cuerpo y su alma para siempre.

Poeta es el hijo de la madre Poesía y del padre Amor,
pero criado por el verso que tomó la mano de Poesía
sólo para poder jactarse un poco más de tenerla cerca,
de acariciar el ínfimo espacio de cuerpo que quedaba para él.
Poeta es el hijo sin madre ni padre,
pues nunca conoció a la poesía ni al amor en realidad,
sino que sólo sabe que su cuerpo insensato almacena un residuo de raíces desconocidas.
Poeta fue criado por Verso,
que le enseñó a escribir palabras,
frases al viento,
cantos a la luna y quejidos al anochecer de la soledad;
y así, canta cada mañana y cada tarde a la luna y al sol
las palabras de un tonto que sigue soñando
con algún día conocer lo que cree acariciar de lejos,
cuando a un puñado de letras desordenadas les llama "poemas"...

1 comment:

Claudia said...

me senti humildemene huerfana con tu relato
saludos