Advertencia
La Psicología es histérica.
Y la histeria es una psicóloga vendiendo consejos en las esquinas de tu conciencia.
(Es un día de lluvia, en un marzo capitalino. Un psicólogo asiste a su primer día de terapia. Luces bajas. Música mental. La consulta queda en un piso 13. Todo se detiene, ambos –paciente y terapeuta- dejan de respirar, y de las penumbras surge la terrible pregunta…)
¿Por qué vienes, psicologuito?
Porque sí, porque no, porque el contexto, porque la forma, porque el fondo y mis ganas de volverme loco.
Porque no tiene sentido, porque la mente existe y no existe, y porque no se atribuye temporalidad a los procesos psíquicos inconscientes.
Porque mi mamá, porque la presidenta Bachelet, porque el complejo de Edipo y las frustraciones del Transantiago.
Porque me canso, porque es obligación, porque mi papá me dijo que los psicólogos se volvían locos, porque tengo susto, porque la angustia de la vida no tiene nombre, porque me enamoré.
Porque las voces, porque el silencio abre posibilidades, porque hay sombras reprimidas en mi cabeza, porque ya no puedo contestar sí o no…
Porque todo depende de estas verdades que no existen,
y en mi cabeza una dependitis fulminante me carcome la identidad.
Bueno, ¿y qué hacemos con esto doctor-psi-co?
Depende de quiénes somos, de dónde estamos, y de qué queramos hacer.
¿Alguien se opone?
El veredicto de este absurdo es obviar la enfermedad, y tomarla como condición autoflagelante que nos permitirá –en un futuro no muy lejano- decidir, optar, y con eso fingir que somos “algo”, y no la suma de todos los contrarios.
La Psicología es una mente obsesiva disfrazada de atractiva,
que se diluye en el tira y afloja,
en la dinámica del sí y no, todo el rato, sin parar.
Y de pronto un, dos, tres, momia es:
se hace un corte en nuestro destino sobre-lenguajeado, y nos titulamos de “Psicólogos”.
Firma: La estudiante