Mírame bien.
Detrás del tímido maquillaje de ojos, detrás de la sonrisa traviesa y las ganas de vivirlo todo rápido, detrás de las palabras que se me atropellan cuando he de mirarte, hay mucha historia que se me atraganta cuando se trata de sentir.
No soy la mujer-retrato, la que sonríe demasiado y piensa que todo está bajo control. No soy la mujer-presente, que puede colmarte el día de aventuras nimias sin hacerse cargo del recuerdo póstumo. No soy la virginal transeúnte que se enamora con cada promesa nueva al viento y se entrega por un poco de locura apasionada, por las ganas que tengo de que me desates el botón.
No soy la mujer-dispuesta.
Porque vengo de un pasado que me ha enterrado muchas veces las ganas de existir. Vengo de lugares inóspitos donde me han enseñado que soñar es la locura menos honesta a la se puede jugar.
Vengo de un lugar donde las palabras muchas veces no me dejan dormir, porque se me acumulan en los ojos las ganas de gritarle al mundo que estoy sola. Vengo del lugar donde el peso en mi bolsillo me ha llevado tantas veces al fondo del mar, tantas veces.
Vengo del lugar donde me enseñaron a mentir. Vengo del lugar donde las promesas fueron vanas, los sueños absurdos, y todo de pronto se volvió desechable, a pesar incluso de mi otrora incansable lucha.
Soy, en cambio, la mujer-rota. La mujer-papel. La que se cansa de volver a empezar. La que teme profundamente volver a ser desenmascarada. La que tiembla con tu cuerpo, más allá de su calor. Porque estás lleno de espinas. Y porque mi cuerpo está rasgado con los hombres que antes lo han habitado. Porque han zurcado en mi nombre las letras con tanta inconsistencia. Porque me vuelvo transparente en tus ojos, y se me colman en los pies bailables las ganas de arrancar. Porque tantas veces me ahogo de mis propios recuerdos, de mis propias decepciones.
Soy la mujer-coraza. La mujer-tortuga. La mujer-máscara.
La que se arropa con sus intentos de sanar. La que se enfría con cada vez que tus manos en mi piel nos traen el deseo de llorar. La que está a punto de quebrarse en tus pupilas, para mostrarte que tampoco serás capaz de sostenerme el alma. Para demostrarle al mundo que todo está un poco muerto. Para contarle a mi padre que esa noche no lo perdoné.
La que, muy a pesar de sí misma, hoy vuelve a sentir.
Y eso la vuelve a llenar de ataduras y metáforas. Como una sana forma de volverse menos real. Como el modo que he encontrado de hacer que todo parezca como extraído de una buena película incomprensible, esa que transmitieran en el Biógrafo un miércoles en la tarde.
Para arrebatarte en los ojos la ganas que despiertas de herirme otra vez.
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