No soy la mujer perfecta. Eso ya lo he dicho un millón de veces y más. Es como mi tarjetita de invitación a: "sí, pase, adelante, sírvase una copita de vino... pero no piense en mi como la mujer perfecta".
No lo soy. Estoy llena de amarras cuando se trata de enamorar.
Soy un cero a la izquierda cuando me piden que piense en estrategias para conquistar,
y no soy buena relacionándome con la incertidumbre del deseo.
Me invento mil teorías para seguir creyendo que me quieres
a pesar de que no lo digas ni con el pulgar izquierdo de tu ombligo.
Ni me llames en un tiempo considerable para preguntarme cómo estoy ni qué estoy haciendo.
Sigo pensando en cosas que no existen, en sueños que se me inventan en seño fruncido de tu voz cuando me habla, y juego a que tengo el control, aún cuando hace rato lo perdí en una rifa del colegio.
Y mi pelo se eriza cada vez que tengo más ideas que decisiones
y la mañana se eternifica porque el carrete estuvo demasiado bueno como para querer despertar...
No soy la mujer perfecta. Ni tampoco, quizás, una mujer adecuada.
No soy la mujer correcta, ni la que andabas buscando. Soy sólo un armatroste de historias condensadas en palabras que, o se las lleva el viento, o se graban en este blog.
Y el resto de mi son sólo los saludos incómodos de pasillo y las llamadas indiscretas a tu celular que me van quedando entre los espacios de realidad que puedo regalarte de mi.
Pero al menos tengo una cosa que decir. Que es más que todo lo que podría pedirte a ti en la vida.
Puedo ser silente cada vez que me hablas, puedo tener pocas cosas que contar cuando me llamas, puedo ser una mujer perdida entre las letras de una canción que aún no acabo de inventar, pero al menos me queda una cosa que decir.
Que a pesar de mi lucha constante por huir de todo lo que me ata,
a pesar de mis eternas contradicciones cuando pienso en ti,
a pesar de una historia larga de ilusiones y fracasos antes de que aparecieras tú,
a pesar de ser lo menos parecido a la mujer que estabas esperando
puedo quererte aún un poquito más...
Puedo seguir creyendo que es de mi que depende que las cosas resulten,
a pesar de que no te canses de mostrarme que eres tú el que no quiere.
Es la condena que mis padres firmaron antes de que yo siquiera pudiera hablar.
Y es la loca noción de que todo es posible, cuando uno quiere, y que las cosas incontrolables se pueden controlar desde las ganas de quererlo todo rápido y para siempre.
Y que las coincidencias de la vida que nos traen a encontrarnos en medio de las calles llenas de tacos y gente, son la contingencia de algo que está en nosotros poder construir.
Puedo ser todo lo ridícula que quieras. Puedo jugar conmigo misma hasta sus últimas consecuencias, sólo para reírme mañana de lo estúpida que fui contigo.
Puedo ser la piedra en el zapato que menos usas en la semana. Y recordarte de tanto en tanto que no estoy para "wevaditas-light".
Soy la menos indicada para relaciones estables y duraderas, porque en un segundo puedo vomitarte el mundo de mis dudas y certezas que no caben ni en la mochila más ancha de un escolar estrella. E invitarte a pasar en mi vida, con todas las advertencias, que son las que más miedo te dan. Pero si vienes, si me invitas, si siquiera me contestas en silencio que "puede ser", entonces mejor huye antes de ver como esta mujer ausente y volátil se transforma en un tren con dirección enternecida al amor eterno.
Si te atreves, sólo cállate. Soy yo la que hará todo lo demás.
Es mi neurosis. Bienvenido al mundo de Amanda. Y sus contradicciones eternas. Que pueden resultar amenas, si se aprenden a querer.
Hasta luego. Me voy a seguir viviendo con mi neurosis, en la buena-onda, porque de a poco la estoy queriendo un poco más. ¡Salud!