No es tan bueno soñar cuando una mujer está de pie en la estación llorando desconsolada y mirando al guardia de seguridad que viene aproximándose para decirle que si deja pasar otro metro tendrá que pedirle que se retire.
No es tan bueno soñar cuando hace frío y duele el hambre del ayuno, en la mañana frente al hotel que te vio pasar una noche con alcohol y sin un destino muy aparente.
No es tan bueno soñar cuando te llega el después de tu sueño, y esa tristeza contagia a todos quienes alrededor tuyo alguna vez también pensaron que soñar era gratis.
No es tan bueno soñar cuando hay que seguir con el día a día a fuerza de sobrevivir en el tiempo y obnubilar los delirios de huida a cambio de una pizca de presente y cosas que hacer.
No es tan bueno soñar cuando viene de la mano con el pretérito imperdonable del "haber soñado", que te relega a no seguir soñando porque no sabes qué más queda por soñar.
A veces no es tan bueno soñar, cuando la mujer sigue llorando en el andén y tiene que secar sus lágrimas para entrar en el wagón del metro y no dejar que la sigan llamando delincuente.
Porque, ¿qué queda después del sueño además de una rutina demasiado certera como para llamarla libertad? ¿qué queda además de un sueño cumplido en las afueras de la conciencia que te abre al mundo de la pérdida y de lo que ya fuiste, sin darte cuenta de que "eso" que llamaste sueño ya no volverá, en el después-de-los-sueños-por-cumplir?
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