Sunday, November 27, 2005

Noche en la ciudad

Después de un par de semanas, que pasaron como si fuesen eternas, vuelvo a ser normal. El estudio exacerbado y contra el reloj, el estrés exponencial y las 9 evaluaciones en un espacio de 4 días (9/4!!) se simplifican, y se reducen a dos evaluaciones finales en esta semana. Se acabó, de verdad! Ya no hay más que mirar alrededor y tener tiempo para pensar en lo que sea: el placer de pensar en lo que sea, el placer de dormir, de tener tiempo...
Llegó el verano, y con él aquellas reflexiones de sobremesa que nos llevan a intentar arreglar el mundo. Porque ahora tenemos tiempo de arreglar el mundo, aunque sea en nuestras cabezas. Porque ahora tenemos tiempo de preguntarnos tonteras y escribir horas sobre la imortalidad del cangrejo.
Al fin libres yo y mi conciencia!
¿No será demasiado rápido, me pregunto yo?
El placer, insisto, de detenerse a mirar durante horas a un hombre con una guitarra en la mano, cantando la insaciables treguas del amor no correspondido. El gusto de fumarse un cigarro mirando la ventana con los ojos cerrados.

Nuevos mundos se levantan los lunes en la mañana, cuando uno despierta porque se cansó de tanto dormir, y ve arrojados a un costado de la cama los textos que ya parecen añejos, que albergan materias que ya no nos sorprenden ni nos amenazan con crisis vocacionales sin sentido. Ya no queda nada más que yo y el mundo: yo, el mundo y la libertad de no saber dónde ir.
Y eso es un riesgo también. El dulce riesgo de no saber si seré más pequeña de lo que creí, el dulce riesgo de enfrentarse al tiempo perdido y a la latitud del porvernir.
El taxista me mira entonces, luego de que un par de jóvenes levantan sus dedo tambaleante a las 4 de la mañana para pedirle un "viajecito por luka". Me dice: "¿Cómo no se dan cuenta de que vamos con la luz apagada?"
Sonrío. En la oscuridad todo es más fácil. En la oscuridad no necesito responder. En la oscuridad somos yo y mi pensamiento; yo, mi pensamiento, y las vacaciones, y la libertad.
Santiago duerme. Sus luces respiran intentando desvelar al transeúnte. Sus luces exhalan un leve vapor de vida, de tibia sorpresa bohemia.
Santiago duerme. No dejo de sonreír.
¿Quién dijo buenas noches?

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